jueves, 21 de febrero de 2008

Uno que se va en sus propios términos

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El mundo
Miércoles, 20 de Febrero de 2008
OPINION

Todavía Líder Máximo

Por Gabriel Puricelli *

Hay un título al que Fidel Castro Ruz no renunció ayer y es el de Líder Máximo. Cuando declinó ser confirmado por la Asamblea Nacional del Poder Popular para sus posiciones de presidente del Consejo de Estado (que ejerce desde 1976) y de comandante en jefe (desde 1959), el revolucionario convaleciente dio el segundo paso de una transición que una enfermedad inesperada le ha consentido dirigir hasta el momento. Porque así como se ha visto obligado a abandonar el día a día de la administración gubernamental, Castro ha logrado preservar el timón del largo plazo y la capacidad de modelar el futuro (así sea el más inmediato), indicando derroteros y ordenando un proceso de transición cuya estación de llegada (¿el gobierno colegiado?, ¿el fin del unipartidismo?) no se puede adivinar hoy y que tal vez sea la única incógnita en el diseño que el inminente ex jefe de Estado está desplegando, que él mismo no pueda despejar.

La renuncia del anciano ex guerrillero pone en escena una vez más la herida narcisista de la que no logran recuperarse los EE.UU. desde el derrocamiento de ese títere de la mafia que fue Fulgencio Batista y que la gran potencia terminó de asumir como propio, presa de la obsesión de los hermanos Kennedy por asesinar a Castro. En efecto, en medio de las primarias de los partidos estadounidenses, las noticias de La Habana obligaron a todos a pronunciarse, con uniforme y previsible anticastrismo, poniendo en el centro del debate público la situación de un país que dejó de constituir una amenaza a la seguridad nacional de ese país el día, hace 45 años, en que Nikita Khruschev detuvo la instalación de los misiles soviéticos. Los más obcecados partidarios estadounidenses del realismo en política internacional se toman un recreo freudiano para definir sus posiciones respecto de la cuestión cubana. Esos reflejos traducidos en comunicados de las campañas de Barack Obama, Hillary Clinton y John McCain no serán seguramente motivo de mayor preocupación para los hermanos Castro, que (repartiéndose en esta cuestión los roles de policía bueno y de policía malo) ven con aplomo cómo se alinean lentamente las fuerzas políticas y sociales que van a arrumbar más temprano que tarde el bloqueo irracional e ilegal que le han impuesto a Cuba con la Guerra Fría como mero pretexto.

Esa tendencia inexorable, traducida en los cada vez más frecuentes viajes a la isla de legisladores demócratas y republicanos y en el lobby cada vez más intenso de sectores empresarios de los EE.UU., es el telón de fondo de la cuidada coreografía que tuvo ayer un pico dramático. Estudiosos de la transición vietnamita, los hermanos Castro saben que si la dirección de Hanoi pudo empezar a resignar el monopolio del Partido Comunista es porque fue capaz de enmendar la relación de hermanos-enemigos que había desarrollado con China: para seguir teniendo legitimidad en condiciones de mayor competencia política era necesario dar un salto en el desarrollo económico que sólo se hacía posible aprovechando creativamente las nuevas coordenadas geopolíticas asiáticas. Parece haber una resonancia de esa música en esta partitura que, resignando todos los títulos menos uno, el Líder Máximo sigue dirigiendo.

* Consejero directivo, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

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sábado, 16 de febrero de 2008

Aclarando lo que tantos oscurecen

A veces la tribuna de doctrina aburre con el enésimo reportaje a Guy Sorman, a Jean-François Revel o algún otro opinólogo mal añejado, pero con frecuencia cada día más sorprendente, algún editor elige bien. El 13 de febrero fue uno de esos días y al reporteado lo encontraron inspirado para lo pertinente, para dar justo en el clavo de las tareas pendientes de la construcción democrática, de la construcción de partidos que merezcan el nombre de tales. Simplificando sin caricaturizar, el análisis que surge de la conversación define con concisión aquello que tantos de los que se empeñan en construir fuerzas por fuera del pejotismo y la diáspora radical persiguen sin poder definir. Se recomienda lectura:

"La clase media quedó políticamente huérfana y sin guía"

Según el sociólogo Marcelo Leiras, el sistema de partidos perdió el equilibrio

miércoles, 6 de febrero de 2008

Se va, se va y nunca volverá

Democracia y demócratas, en mejor forma
Por Gabriel Puricelli *

Los resultados del Super Tuesday no trajeron novedades concluyentes a los procesos de selección de candidatos en ninguno de los dos principales partidos estadounidenses. A falta de definición temprana (o súbita, como la querían los medios masivos), se perfiló sí, definitivamente, la dialéctica entre demócratas y republicanos de cara a la elección presidencial de noviembre, que se empieza a desplegar con independencia de quiénes vayan a ser los candidatos.

El partido de Thomas Jefferson y JFK confirmó la capacidad de movilización que empezó demostrando en Iowa, donde arrancó triplicando la asistencia a las asambleas ciudadanas (caucus), poniendo en marcha una dinámica en principio virtuosa que puede hacer crecer la asistencia a las urnas en las elecciones generales.

Por el lado republicano (cuesta pensar que es el partido de Lincoln y Eisenhower), así como parece que sus rivales se aprestan a arrasar con la apatía, un aliado clave de George W. Bush en los dos comicios anteriores, su electorado no sólo aparece muy dividido, sino que quien se perfila como líder de la carrera hacia la nominación es visto como un candidato de otro partido por la derecha fundamentalista, que ha sido un potente motor de movilización en los años del mariscal de Irak. Complica aún más las cosas el hecho de que sus primarias se siguen disputando entre una multitud de tres, lo que impide que se salde con nitidez ya sea en favor de un conservador laico como John McCain ya sea en favor del ultraconservadorismo que representan, en su variante sobreactuada, Mitt Romney y en su variante true believer, el pastor Mike Huckabee. Es decir que mientras los demócratas se dedican a un sencillo juego con dos arcos, los republicanos no pueden decidir aún dónde es que se hacen los goles. Si a ello se suma su condición de extraño oficialismo, que no puede siquiera pronunciar el nombre del correligionario que está en la Casa Blanca, la cuesta hacia el martes decisivo de noviembre se hace bien empinada.

Hillary Clinton y Barack Obama (por ahora, en ese orden) le están proponiendo a propios y ajenos la competencia más excitante desde aquel duelo de 1960 entre John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, que Papá Joe decidió en favor de su hijo con ayuda de los goodfellas de Chicago. Pero si aquel duelo definió en buena medida que la ampliación de los derechos civiles iba a tener la impronta audaz de Bobby Kennedy y no la marca ¿dubitativa? del sureño de Texas, es difícil imaginar qué consecuencias concretas pueda tener para una hipotética futura administración demócrata el triunfo de ella o de él, en esta ocasión. La meticulosidad de Hillary en la explicitación de cada una de las políticas públicas que se propone aplicar y la invocación a la esperanza y la superación del partidismo de Obama, dejan poco espacio a un relato superador de la experiencia neoconservadora que ha desfigurado a los Estados Unidos del New Deal de Roosevelt o de la Great Society de Johnson. Dennis Kucinich, que nunca pudo montar un desafío serio, y John Edwards que planteó la campaña con aspiraciones serias más a la izquierda desde el icónico 1968, ya no están para proponer ese relato. Los dos en carrera necesitarían recuperarlo para seducir a los demócratas blancos de clase trabajadora que eran su base, aunque también pueden sucumbir a la trituradora mediática que milita para transformar este proceso democrático en un concurso de "elegibilidad".

Con un final abierto por delante, no está de más decir que frente a los agoreros del fin de la democracia como instancia de participación en los países avanzados, estamos viendo en dos países del G-7 procesos de movilización que deberían despertar nuestra atención: los millones de italianos que dieron nacimiento al Partido Democrático de Walter Veltroni y los millones de demócratas estadounidenses que no pueden esperar a desalojar a Bush son otras tantas desmentidas al escepticismo y la apatía.

* Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas

Una versión respetuosamente editada de este texto fue publicada por Página/12 del 7 de febrero de 2008.