lunes, 11 de diciembre de 2006

La muerte del asesino Pinochet

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El mundo|Lunes, 11 de Diciembre de 2006
OPINION

Nada fue igual después de él

Por GABRIEL PURICELLI *

Augusto Pinochet hubiera sido uno más entre los muchos dictadores sanguinarios que subvirtieron la democracia en los países de América del Sur en entre los ’60 y los ’80 si no hubiera sido el único que tuvo éxito en la refundación social de su país. Mientras sus pares se concentraban en librar la última batalla de la Guerra Fría, asegurando las fronteras ideológicas del área de influencia estadounidense mediante la eliminación de los liderazgos de los movimientos populares, vistos como avanzadas de la penetración soviética, el tirano de Santiago iba más allá y ponía en práctica (del modo más acelerado y radical que se hubiera conocido) las tesis de Milton Friedman. Pinochet no sólo desmontó a sangre y fuego la experiencia de la vía democrática al socialismo que Chile había comenzado a emprender bajo el liderazgo de Salvador Allende, sino que liquidó las bases del Chile republicano que había permitido el acceso al gobierno por medios democráticos de la Unidad Popular. Fue el único de los gorilas sudamericanos en imponerle al país una nueva Constitución (propósito en el que los uruguayos, que también lo intentaron, fracasaron) y todo un andamiaje legal que ha dejado, hasta el día de hoy, amarrada a la transición democrática que le sobrevino en 1989. Fue también el único que logró asegurarse un lugar en el Estado, una vez que se vio forzado por el movimiento democrático a dejar la jefatura de éste: permaneció al frente del ejército hasta hace sólo nueve años.

Que haya una minoría que lo llore públicamente es la postrera indicación del culto a la personalidad (también en esto fue único) que instituyó. Que esta minoría sea hoy tan minoritaria no es consecuencia simplemente del abandono oportunista de esos dirigentes de la derecha que lo frecuentaban hasta hace muy poco, sino el paradójico resultado del arraigo profundo que lograron en Chile los valores que su régimen logró instilar. Promotor de una moral en la que la mercancía es el bien supremo, Augusto Pinochet debería ser el último en sorprenderse de que muchos de quienes lo admiraban, asesino y todo, no vayan a sumarse a su cortejo fúnebre, heridos al enterarse de que él y su familia fueron corruptos y ladrones.

* Coordinador, Programa de Política Internacional Laboratorio de Políticas Públicas.

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jueves, 7 de diciembre de 2006

La re-reelección de Hugo Chávez





El mundo
Lunes, 04 de Diciembre de 2006

Se fueron todos
Gabriel Puricelli *

El “que se vayan todos” venezolano ha alcanzado sus últimas consecuencias. Una vez más, todo lo que no puede “matar” al chavismo, lo fortalece: en la serena aceptación de ese hecho por sus circunstanciales beneficiarios y perjudicados se cifra el futuro de una democracia que ayer mostró una peculiar y tozuda buena salud. Entre muchos posibles, un elemento que debe ser destacado en estas elecciones es la legitimación que brinda no sólo la limpieza general del proceso (según la visión preliminar de la OEA) sino sobre todo la participación en él de un sector muy mayoritario de la oposición. El desempeño de éste debería obligar a sus líderes a desechar definitivamente la tentación de actuar por fuera del juego político que marca la Constitución venezolana.


La elección puso frente a Chávez no sólo a Manuel Rosales, quien –por cierto– apoyó el fallido golpe del 2002, sino a un candidato a la vicepresidencia como Julio Borges, quien se empeñó en dejar bien sentado que él no había apoyado esa intentona. Los medios no han mostrado en la noche del recuento la cara opositora del golpista Pedro Carmona sino la de Teodoro Petkoff, alguien que empezó a abrir brechas en el dique bipartidista 30 años antes de su derrumbe estrepitoso en los albores del chavismo. Un cambio de largo aliento subyace la continuidad que toda reelección supone: la ausencia definitiva de los símbolos de la Venezuela del Pacto de Punto Fijo y la alternancia sin alternativas. El proceso en dos tiempos que se abrió en 1994 con la victoria de Rafael Caldera, la primera vez que ni Acción Democrática ni Copei ganaban unas elecciones, y se radicalizó con la llegada de Chávez en 1999, ha alcanzado el punto en el que no quedan más que unos rastros tenues de esos partidos , cuya derrota definitiva es el fracaso de la postura abstencionista de AD y la total dilución de Copei en la coalición opositora. Si los derrotados de ayer persisten en su encuadramiento democrático, la de ayer tal vez haya sido la elección que dé lugar a un nuevo sistema de partidos en Venezuela.

* Coordinador del Programa de Política Internacional - Laboratorio de Políticas Públicas.

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